“Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron”. Juan 20: 27-29
Ver para creer, tocar para sentir, son percepciones físicas desde que nacemos. Y en nuestro diario existir nos movemos con estas percepciones. Asentamos nuestras interrelaciones personales con nuestra pareja, familia y amigos, acariciándoles, abrazándoles, o mirándoles. Nos son inherentes estas atribuciones humanas.
Por consiguiente necesitamos “ver para creer”,” tocar para sentir”. Y por lo mismo, es muy fácil creer que algo existe cuando lo vemos, ¿Por qué pues nos dice Jesús, que debemos “creer sin ver”?.
Creer en alguien sin haberlo visto, lleva en sí una dosis de fe superior a una fe “común” o una fe “humana”, y lo opuesto a esa fe humana, es la fe divina, fe que viene de Dios, por consiguiente el creer SIN ver, es la fe que Jesús nos pide.
Cuando algo que nos parecía imposible se cumple, solemos decir “¡Ver para creer!”. Lo cual delata nuestra incredulidad o falta de fe, que puede estar justificada o no, en dependencia de la naturaleza del evento que la originó.
Esa necesidad humana de ver para creer, hace que el hombre “religioso” crea representaciones, esculturas, imágenes de manera que ven para creer y tocan para sentir, la pregunta cae por su propio peso ¿Tiene mérito esa fe? La respuesta:
“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que NO SE VE” Hebreos 11:1
La Biblia nos habla de una situación que nos puede servir de mucho, para muchos eso de que Cristo resucitaría era simplemente una falacia y al parecer hasta entre sus discípulos había alguien con el mismo pensamiento de la masa, Tomás.
En el verso 25 de este mismo capítulo dice: “Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. El les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré”.
¡Increíble! Pero al parecer Tomás tenía una fe muy superficial, luego que Tomás pudo hacer todo lo que quería para comprobar que era Jesús, dijo:¡Señor mío, y Dios mío!. Es muy fácil decir estas palabras de esta manera, pero, veamos algo muy importante que Jesús dijo en ese momento: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron“.
Somos bienaventurados cuando creemos en Dios sin haberle visto, y esta es la fuente de nuestra fe.
Ver para creer, tocar para sentir, son percepciones físicas desde que nacemos. Y en nuestro diario existir nos movemos con estas percepciones. Asentamos nuestras interrelaciones personales con nuestra pareja, familia y amigos, acariciándoles, abrazándoles, o mirándoles. Nos son inherentes estas atribuciones humanas.
Por consiguiente necesitamos “ver para creer”,” tocar para sentir”. Y por lo mismo, es muy fácil creer que algo existe cuando lo vemos, ¿Por qué pues nos dice Jesús, que debemos “creer sin ver”?.
Creer en alguien sin haberlo visto, lleva en sí una dosis de fe superior a una fe “común” o una fe “humana”, y lo opuesto a esa fe humana, es la fe divina, fe que viene de Dios, por consiguiente el creer SIN ver, es la fe que Jesús nos pide.
Cuando algo que nos parecía imposible se cumple, solemos decir “¡Ver para creer!”. Lo cual delata nuestra incredulidad o falta de fe, que puede estar justificada o no, en dependencia de la naturaleza del evento que la originó.
Esa necesidad humana de ver para creer, hace que el hombre “religioso” crea representaciones, esculturas, imágenes de manera que ven para creer y tocan para sentir, la pregunta cae por su propio peso ¿Tiene mérito esa fe? La respuesta:
“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que NO SE VE” Hebreos 11:1
La Biblia nos habla de una situación que nos puede servir de mucho, para muchos eso de que Cristo resucitaría era simplemente una falacia y al parecer hasta entre sus discípulos había alguien con el mismo pensamiento de la masa, Tomás.
En el verso 25 de este mismo capítulo dice: “Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. El les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré”.
¡Increíble! Pero al parecer Tomás tenía una fe muy superficial, luego que Tomás pudo hacer todo lo que quería para comprobar que era Jesús, dijo:¡Señor mío, y Dios mío!. Es muy fácil decir estas palabras de esta manera, pero, veamos algo muy importante que Jesús dijo en ese momento: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron“.
Somos bienaventurados cuando creemos en Dios sin haberle visto, y esta es la fuente de nuestra fe.
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